jueves, 10 de febrero de 2011

Es una noche más, llena de magia blanca.

Era una noche no muy calurosa ni muy fresca, una típica noche de septiembre. Llegué a lo de aquella conocida y esperamos hasta que todos con quiénes acordamos vernos llegaran para ir a bailar al usual boliche de Av. La Plata e Independencia. Apenas llegó mi amiga supe que iba a ser una noche totalmente larga, había magia blanca en sus bolsillos, y en los míos, cigarrillos verdes. Fuimos los protagonistas de A Clockwork Orange durante el transcurso hacia el boliche; al instante de haber ingresado al mismo, fuimos al baño. Las narices se llenaban de polvo blanco y las neuronas comenzaban a estallar. Sabía que ella iba a estar en ese lugar, lo estaba esperando, ¿cómo no saberlo?. Al salir de la barra la ví llegar; la abracé y le dije cuando la extrañaba e incluso intenté robarle un beso pero corrió su cara, o la mía, en su defecto. No entendía en lo absoluto la situación, más allá de mi estado físico y psíquico. Los vasos empezaron a venir a mí, caminaban sinuosa e insinuantemente, con un dejo de sensualidad hasta mi e introducían su bebida en mi boca; la luces comenzaban a brillar como las estrellar fugaces, y la música era todo lo que se escuchaba, aunque muchas personas movían la boca formando inexistentes e inconclusas palabras, y ella, cada vez comenzaba a jugar más conmigo.


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