Había pasado un mes, y mi vida era sumamente más tranquila y feliz. Ya no tenía que preocuparme cada hora de mi vida, por si a ella se le ocurría morirse. Ya no tenía que estar cada hora, enfermandome frente a un monitor, esperándola. Ya no tenía que leerla escribir atrocidades, acerca de cómo quería morir. Ya no sentía ese sentimiento de desesperación. Un mes pasó. Hasta que se cortó las venas.
jueves, 15 de abril de 2010
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