martes, 15 de febrero de 2011

Diez millones de veces, no me traiciones.

Me sorprendió por completo que vuelva a contactarse conmigo, que quisiese hacerlo, después de aquella (no tan) violenta situación. Que volviese a mis brazos, a pedir contención, a pedir ser escuchada, a rogarme que la salve. A lo cuál me negué rotundamente, me obligué a no creerle, ni escucharla, tan sólo a darle la espalda. Sigo recapitulando en mi mente aquella secuencia, criticándome a mí misma, sin ningún tipo de perdón por no haber sido yo misma, por dejar que el rencor pudiese apoderarse de la situación. Supongo que, tal vez, el miedo a hundirme de vuelta con ella me hizo querer salir corriendo de lo que estaba sucediendo en frente de mis ojos; del cansancio que tenía de escuchar la misma vieja historia, otra vez. Tal vez por aquellas razones no le creí, tal vez por aquellas razones creí todo aquello una farsa, como todas las anteriores veces, sin darme cuenta que, en todas las anteriores, había sido yo quién la había salvado.