sábado, 30 de octubre de 2010

Eran las 10 am de un cálido viernes de primavera cuando recibí su mensaje. No me habría imaginado jamás que lo que decía aquel mensaje era lo que iría a suceder horas más tarde. Supongo que fue como el cuento de Juanito y el Lobo, sólo que esta vez, la última vez, habría sido verdad. Me desimportó tanto como nunca me habría desimportado; esa cálida mañana de viernes las amenazas se convirtieron en hechos de la cruda realidad. Se había despedido de mí, recondandome que, siempre me quiso y que aún lo hacía para luego, acabar con su vida con una dosis de pastillas.