lunes, 8 de noviembre de 2010

Abstinencia.

Reencarno en el pasado de una manera inusual. Siento que necesito volver a vivir toda esas experiencias, todo ese engaño, amor, desamor, juegos, golpes, rasguños, mentiras, lágrimas, besos, pieles contra pieles, abrazos, el sonar de su voz en mis oídos, el deleitar de mis pupilas en su belleza, el escalofrío de su cuerpo recorriendo el mío. Su necesidad de poseerme, de vivir el juego otra vez, estar jugando a esa interminable ruleta rusa, echando todo a la suerte. Me falta todo aquello. Me falta su amor, su sonrisa, sus facciones, sus actitudes; me falta ella. Desde hace dos meses. Dos incesantes meses. Quise hacer esta rehabilitación decidiendolo con mucho miedo y muy poco segura. Van dos meses, insufribles meses. La necesito a ella como droga que arruina y sustenta mi vida, que me ayuda a seguir y a continuar matándome día a día. Aquel tipo de droga que se vuelve tan viciosa para uno mismo, aquella que es tan fuerte que una dosis más podría terminar con mi vida. Que me eleva y me entierra bajo miles de capas de barro fangoso. Es mi droga, mi abstinencia. El cuerpo me colapsa, me pide a gritos esa droga la cual podría llevarme a la cama del hospital o directamente al ataud. Es mi solución y mi problema. No hay ninguna igual, aunque haya millones, ninguna se desea tanto como aquella, no hay comparación. Es mi propia heroína. Necesito otra inyección.



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